Por azares del destino y la lejanía desde mi lugar de residencia, el acto obvio de visitar una de las mejores tiendas que se han abierto en México me había resultado un tanto tardío e imposible. Pero como lo imposible está para hacerse posible y yo cuento con la complicidad de unos angelitos dispuestos a compartir mi capricho, pues el día de ayer lo pasé prácticamente entero recorriendo los lujosos pisos de Saks Fifth Avenue.
Lanvin, Balenciaga, Giambattista Valli, Christian Louboutin, Valentino y muchas marcas más humedecieron mis ojos en más de una ocasión. Sí, tal vez suene exagerado, pero tener entre las manos un vestido de Nina Ricci que jamás había encontrado hogar en tierras mexicanas y que sólo había podido admirar en fotografías, fue realmente emocionante. Así de apasionada soy, ¿y qué?
Para los que no han tenido la oportunidad de visitar la tienda, les cuento que en la planta baja se encuentran los departamentos de belleza, joyería, óptica (donde encontré unas gafas oscuras, maravillas de Dior que próximamente cubrirán mis ojos del sol) y calzado. Y fue justo en este último apartado donde mis extremidades perdieron fuerza y cayeron rendidas ante el encanto de cientos de Blahniks, Marnis, Fendis y unos wedgies de Yves Saint Laurent que me elevaron al nirvana de las tops. Carrie Bradshaw se quedaba corta.
Primer y segundo piso, damas y caballeros respectivamente. Y como “primero las damas”, adivinen quién recorrió los pasillos de un lado a otro mientras su amor la veía entre aburrido e incrédulo. Así danzaba de un estante a otro, de un Martin Margiela a un Carolina Herrera; de pantalones Gaultier a bolsos Marc by Marc Jacobs; de baños exquisitos con todo automático y sin ruidos extraños, al vestido más caro en toda la tienda, un YSL de USD $23,000. Alberta Ferretti y sus prendas perfectas; Narciso Rodriguez y su ovación a la silueta; Oscar de la Renta y la elegancia sublime; no faltó uno, todos estaban ahí… conmigo… para mí.
Como era de esperarse la presencia masculina acompañante tuvo un dejo de desesperación, así que demostré un poco de piedad hacia ellos y nos dirigimos hacia el área de hombres. Trajes Zegna, zapatos Ferragamo, camisas Armani, corbatas McQueen (sí, delgaditas y con el estampado clásico de la calavera, adorables hasta para mí). Todo a merced del poder de una tarjeta de crédito y del descuento de verano. ¿Qué más se puede pedir? ¿Que el amor de tu vida se pruebe una camisa Hugo Boss, se le vea espectacular, te enamores un poco más y esté a mitad de precio? ¡Concedido! En Saks Fifth Avenue los sueños se hacen realidad.
Y como yo también tengo sueños y merecen ser aterrizados, durante un momento taciturno y débil, mi cuerpo encontró un segundo aire mientras se cruzaba con la gala soberbia que seduce a la mujer hermosa. Un Giambattista Valli, negro, femenino, con miles de vuelos y caídas preciosas, suave como la caricia más tierna y pidiéndome a gritos que lo hiciera mío. Sin embargo, hubo dos inconvenientes. Primero, la talla no era la ideal y sólo había uno; segundo, hubiera tenido que vender un riñón para adquirirlo, pues su precio era de USD $8,200. Pero no me importó, igual me lo probé e igual me sentí una princesa, que digo una princesa, una REINA.
El trato fue maravilloso. Amable, cordial, servicial, atento. Dejando sólo en la mente la idea de cómo puede ser posible que en una almacén tan distinguido, donde tal vez la gente resulte ser más pretenciosa y elitista, la atención haya sido más humana que en un Zara, donde parece que al hacer su trabajo te están haciendo un favor. Nunca hubo un dejo de desdén, aún cuando pidieras diez pares de zapatos, aún cuando quisieras ver la prenda más cara sólo por curiosidad. Al contrario, hubo recorridos por la parte íntima, ésa donde los súper ricos y famosos gastan sin ser vistos, donde puedes tomar un trago mientras esperas a que tu esposa se vuelva loca y te llame para pagar. Donde puedes leer libros enormes de Taschen y Phaidon y no revistas viejas de chisme y escándalo. Un ambiente agradable sin duda y con probadores enormes.
Las horas pasaron y el tiempo llegaba a su fin, no sin antes hacer válida la cortesía de un rico capuccino en la cafetería, con un delicioso postre para acompañar. Claro, las compras son un deporte agotador y había que recobrar energía. Un día perfecto, una experiencia. Si tienen la oportunidad, vívanla por ese simple hecho y con suerte, tal vez encuentren algo maravilloso que se adapte a su presupuesto. Vale la pena.