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Calvin Klein: Resort Collection

By Diablesse

No hay peor ola de calor que la que se sufre en una orbe de asfalto, en las avenidas atestadas de tránsito, en el lugar donde el tiempo pierde la compasión y no se detiene a escuchar los suspiros. Donde el sol quema la piel y donde la arena se transfroma en polvos de construcción. Ahí habitan mujeres que no pueden darse el lujo de vacacionar en Saint Tropez porque deben cumplir con un horario de oficina, con una agenda inseparable. Pero no están solas, el verano también es chic detrás de un escritorio y para ellas es esta colección.

Francisco Costa no olvida el juramento minimalista que firmó al continuar la leyenda de Calvin Klein, a veces parece no haber línea divisoria entre el aprendiz y el maestro, todo se olvida al mirar a la mujer que vive en ambas mentes. Independiente, fuerte, inteligente. Obligada a existir en un mundo de hombres, el cual encuentra placentero porque entiende que la sensualidad femenina no debe ser víctima de su propia piel atrapada en un escote.

Vestidos impecables inspirados en las culturas orientales, sandalias poderosas como el Imperio Romano, estructuras sutiles cuya base recuerda la arquitectura modernista. El error es poco probable. La sencillez se lo prohibe. El corte debe ser preciso, casi inmaculado, digno de una dama que posee su propia fortuna pues encuentra detestable gastar la de su marido. Si es que lo tiene, porque el atuendo dice que no lo necesita.

No existe la elegancia sin el negro, sin una falda entallada, sin una chaqueta mágica. Todo responde al llamado de la fuerza sobre la grandeza. El sexo débil se pierde en el pasado condenado a no pertenecer al círculo de mujeres exitosas, fieles al estilismo chic que sólo se obtiene al saber lo que se quiere. En ese espacio no hay tiempo para titubeos, los pasos deben ser firmes y los pantalones altos; los cinturones gruesos y la silueta delicada como las ninfas que recorren los lagos concediendo deseos. Dualidad rara y hermosa.

El engaño está presente, escondido detrás de la obviedad de las prendas, burla la ingenuidad de quien piensa en la sumisión de una geisha y en la vulgaridad de una amante. Pero ella, la mujer que no abandona la industria, también lleva consigo un poco del resto. El animal print se funde con la palidez de la gama de colores y el kimono obedece la forma de las telas. Así los días terminan y las noches continúan, dando paso a una historia de amor, dulce como todas, pero sin olvidar que mañana… también hay que levantarse temprano.









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